Las cremas faciales son como los vaqueros: cuesta horrores encontrar el que nos sienta de maravilla. Por eso, cuando damos con una crema que sentimos que nos funciona, tendemos a declararle nuestro amor eterno. ¿Pero es bueno casarse para siempre con una misma crema facial? ¿Compensará el karma nuestra fidelidad con una piel perfecta o está permitido (y hasta recomendado) ser infiel para resplandecer? ¿Existe el amor eterno en cosmética?
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